La India, historia de un flechazo rotundo y certero
Namaste…
Siempre he tenido la sensación de que el mundo está ahí, esperándome…
A veces cuando miro al horizonte y veo como el mar se pierde en el infinito, me rebelo contra esa cotidianeidad con la que, queriendo y sin querer, mi vida se va programando con rutinas y costumbres.
Por eso, de vez en cuando, necesito hacer un paréntesis y salir corriendo, saltando, volando… para así explorar minúsculos rincones de ese vasto mundo que está ahí, llamándome…
Acabo de regresar a “casa” después de un viaje fascinante al norte de la India: Nueva Delhi, Jaipur, Fatehpur Sikri, Agra, Jhansi, Orchha, Khajuraho, Benarés…
¡Qué país tan intenso!
La India no tiene un punto intermedio, ni una sola zona neutra donde poder acomodarte porque el acoso a la retina y a los sentidos es permanente y brutal. Aquí lo increíble se hace rutina y lo distinto, ordinario…No hay nada que te deje indiferente.
Dicen que la India te gusta o no te gusta y a mí, no solo me gustó, también me conquistó. Una tierra llena de vida y de colores, de gente que respira y late, de mujeres con preciosos saris azules, rojos, amarillos, verdes o naranjas, que trabajan afanadamente en el campo o que llenan de talento las universidades…
De hombres holgazaneando delante de las viejas fachadas o comerciando en los mercadillos de pueblos y aldeas, de monjes y ascetas de largas barbas blancas, de mendigos casi desnudos, de ingenieros informáticos y altos ejecutivos…
Extraordinarios paisajes humanos, que sientan sus raíces en una cultura milenaria, donde se cruzan religiones, con sus creencias y ritos ancestrales en medio de centros comerciales y financieros. Tierra de sol inclemente y de lluvias fecundas, de olorosas especias y flores, de sabrosas verduras y coloridas frutas como la de los mercados de Jaipur, o de la riquísima y deliciosa comida, platos especiados y picantes, que te salen por la nariz y te hacen saltar las lágrimas, mientras te ríes del endemoniado rastro que deja en el paladar.
La India me enamoró. Sus majestuosos templos y mezquitas, sus fastuosos palacios con mil y una historias de marajás, sus ciudades modernas con imponentes arquitecturas y sus aldeas y pueblos, de calles sucias, llenas de basuras y excrementos, de ruido estridente y de vacas, búfalos, elefantes y cobras que danzan en un cesto de mimbre…
La India me cautivó…
Un viaje apasionante y conmovedor que he tenido el privilegio de compartir con mi hija Rosalba. Ella ha sido una extraordinaria compañera de aventura, cómplice absoluta de mi pasión por la Gente. Juntas descubrimos la India y la India nos ayudó también a descubrirnos, un poco más, a nosotras mismas.
La India me enamoró…
Y ese flechazo rotundo y certero apenas tuvo que ver con la subida a lomos de un elefante al Fuerte de Amber o con las coloridas fachadas de la Ciudad Rosa de Jaipur y su Palacio de los Vientos. Tampoco tuvo que ver con los encantadores de serpientes, inquilinos buscavidas de grandes y fastuosos palacios…
Ni con los verdes prados de Rajastán fecundados por la lluvia del monzón, ni con las revoltosas cataratas de Raneh, precedidas de árboles autóctonos, de tecas de preciosas y enormes hojas…
Ni con los jazmines blancos de las ofrendas a Visnú, ni con los pétalos de color azul para la Diosa Siva o de rojo malvisco para Kali… El idilio con la India tampoco se desencadenó con las eróticas y picantes esculturas del Kamasutra, que adornan los templos de Khajuraho.
Mujeres de onduladas curvas y generosos pechos junto a hombres de vigorosos penes; unos y otros dando y recibiendo placer a través de posturas extravagantes y confusas. En estas escenas eróticas y pornográficas, llamadas mithunas, pudimos contemplar provocativas orgías, masturbaciones e, incluso, alguna que otra práctica de zoofilia.
Una curiosa leyenda explica la presencia en estos templos de tantas escenas subidas de tono. Se dice que en un arrebato de pasión, el dios de la luna sedujo a varias chicas hermosas con las que durante una noche practicó sexo en todas sus variantes. Uno de los niños que nacieron fruto de aquellas noches de lujuria fue Chandravarman, el fundador de la dinastía Chandela, que en sueños recibió la revelación de construir un templo ilustrado con todas las escenas eróticas de aquella noche memorable.
El descarado cortejo de la India…
Pero más allá de la curiosidad de ese pintoresco cóctel de lujuria sexual y de sagradas divinidades hindúes, reconozco que lo que sí logró acelerarme el pulso y revolucionarme los sentidos fue Benarés, una ciudad cobijada bajo la media luna que forma la orilla del Ganges, el río más sagrado del Indostán. Allí sentí el descarado cortejo de la India…
Se me abrieron todos los poros de la piel y los ojos se me quedaron infinitamente pequeños para contemplar la extraordinaria e increíble cotidianeidad de sus calles y gentes. Sentí el pálpito de la Vida. Mi hija y yo fuimos testigos vibrantes de baños de purificación y oraciones, de rituales de fuego y de ceremonias de cremación…
Inolvidable… Rosalba y yo contemplamos extasiadas la caída de la noche sobre las aguas de la “Madre Ganga”.
Las lluvias torrenciales del monzón habían inundado los ghats, esas escalinatas de piedra que desembocan en la orilla del río, donde los hindúes celebran sus ritos y baños de purificación. Observarlos como se lavan, incluso como beben agua del río, te deja sin habla, ver la devoción y fe con la que realizan sus oraciones es impactante.
Las aguas, sucias y turbias del venerado río Ganges, habían llenado de artificiales afluentes las principales calles de la bulliciosa Benares, por las que transitaba la fe de miles de peregrinos y fieles devotos, el reclamo de comerciantes y el hambre de los mendigos … Y en medio de todo, siempre las vacas, desplazándose pausadamente o perezosamente tumbadas en mitad de la calzada sobre sus propias heces.
Nos contaban que todos los hinduistas deben visitar Benarés al menos una vez en su vida. Llegan de todos los lugares y rincones del país. Muchos vienen a este gran centro de peregrinación a morir, y pasan sus días de agonía en esta ciudad.
Nosotras vimos cómo incineraban a sus difuntos en las piras de cremación, y cómo sus familiares aventaban sus cenizas en las aguas del río, porque creen que si las cenizas de los difuntos se vierten en el río Ganges se rompe el ciclo de reencarnaciones y se alcanza finalmente el “Moksha”, que es la emancipación del espíritu.
Habíamos llegado a Benarés o Vanarasi, como también se llama a esta ciudad, la más antigua del mundo junto con Damasco, con la esperanza de realizar al amanecer un paseo en barca por el río Ganges y contemplar el arcoíris que forman los saris de las mujeres al realizar sus baños de purificación…
No pudo ser porque la crecida del río había sumergido las escalinatas donde los hindúes realizan sus rituales. Sin embargo, si pudimos disfrutar al anochecer, desde la azotea de una vieja casa ubicada frente al río, de la ceremonia Ganga Aarti,una ofrenda de fuego y danza en la que los brahamanes, jóvenes sacerdotes, pedían por el bien de la Humanidad.
Les confieso que tuve sensaciones encontradas, lo mismo me dejaba llevar por el sonido que se alargaba de los cánticos mantras, el apabullante olor a incienso y los malabarismos de los jóvenes sacerdotes, que tan pronto pensaba en el teatro del mundo, en un espectáculo ad hoc para cosechar unas cuantas rupias a los turistas.
Recorrí junto a mi hija el intrincado laberinto de callejuelas de uno de los barrios más singulares y emblemáticos de Benarés, Vishwanatha Khanda, donde las esencias puras de perfumes de sándalo, jazmín, rosas y lotos se mezclaban con el hedor de los excrementos de las “dueñas y señoras” de la India, las vacas sagradas.
La belleza tiene un nombre: TajMahal
También me deslumbró la belleza desmedida del imponente Taj Mahal y la bella y trágica historia de amor en la que se inspira este gran mausoleo, considerado una de las siete maravillas del mundo.
Abría y cerraba las ojos para comprobar que estaba allí. Miraba a mi hija y me sentía afortunada y orgullosa de poder mostrarle cómo el ingenio y la creatividad del ser humano es infinito.
No quisimos perdernos ni un solo rincón, ni un solo detalle de esta obra sublime del arte mongol. Mientras paseábamos no parábamos de hacernos fotos, de inmortalizar este mágico momento.
Delante del Mausoleo se encuentra el Chargah, un jardín precioso de inspiración persa, cuya disposición responde a la idea islámica del paraíso. En el centro, el Taj Mahal “sabiéndose bello se mira presumido en el espejo de sus estanques, junto al río Yamuna”, tal como se recoge en todas las guías turísticas del mundo.
HISTORIA DE AMOR
El Taj Mahal nació de una historia de amor, protagonizada por el emperador mogol Sha Jahan y su tercera esposa, Arjumand Bano Begum, más conocida como Mumtaz Mahal, o Luz del Palacio. Mumtaz Mahal fue siempre la esposa favorita del emperador, su confidente y su consejera, y le acompañaba incluso en las campañas militares.
Ambos se enamoraron cuando tenían catorce años y se casaron en 1612, cinco años más tarde. Se dice que fue en una de estas campañas cuando se produjo la muerte de la Luz del Palacio debido a complicaciones durante el nacimiento de su decimocuarto hijo.
Sha Jahan llegó justo a tiempo desde su tienda para ver agonizar a su esposa, quien le hizo prometer que levantaría el más hermoso de los monumentos en recuerdo de su gran amor. Sha Jahan ordenó dos años de luto por la muerte de Mumtaz Mahal y comenzó en 1631 la construcción en mármol blanco del monumento funerario, a orillas del Yamuna.
Idilio con el país de los colores
Decía William Faulkner que “un paisaje se conquista con las suelas del zapato, no con las ruedas del automóvil” y es así… pero además de ir disfrutando de todo aquello que descubren nuestros pies al pisar la tierra, también están los otros paisajes, esos que respiran y laten…
La India me conquistó y la razón más potente de este enamoramiento, ahora infinito, de este idilio con el país de los colores, que aún me tiene flotando en el aire…fue su Gente: sus mujeres y hombres, protagonistas indiscutibles de esa India tradicional y contemporánea, caprichosamente rica y miserablemente pobre, obsesivamente religiosa y despreciablemente jerárquica…Mágica y Eterna.
Hay países que recorres y disfrutas, que están hechos para mirar y recrearte, sin embargo hay otros que te calan, que se meten dentro de ti a través del aire que respiras, que se te pegan a la piel como un tatuaje permanente. Creo que nunca me olvidaré de todo lo que viví y sentí…
Me enamoré casi a primera vista de ese arcoíris de mujeres envueltas en elegantes y destellantes saris rojos, naranjas, azules, verdes… mujeres, cuyas biografías de duro y fatigoso trabajo adivinaba tras el marrón impactante de sus ojos. No hubo un solo día de mi viaje en el que resistiera la tentación de cruzarme con ellas…
Y así, mientras las miraba, les sonreía y me sonreían y las cogía de las manos o las abrazaba, pensaba en la injusticia de las sociedades patriarcales, en la falta de libertad de las mujeres, siempre supeditadas a la voluntad del hombre: primero, del padre y los hermanos; luego, del marido…
Entre la resignación y la esperanza
Oí escandalizada relatar a Balú, nuestro guía, y ahora amigo, las historias que aún perviven de matrimonios de conveniencia y dote y del estigma que supone en la sociedad hindú ser viuda. Me contaba que atrás quedaron los tiempos dónde eran quemadas junto a sus maridos si ellos morían primero. Sin embargo –nos decía Balú – el desprecio hacia las viudas sigue latente en una gran mayoría hinduistas que piensan que son un mal augurio.
Vi muchas mujeres con un punto rojo en la frente y una larga línea del mismo color que discurría por el centro de la cabeza y se extendía desde el comienzo de la frente hasta la mitad del cuero cabelludo. Curiosa pregunté el significado de esta llamativa simbología, una tradición que viene de tiempos remotos, cuando el novio untaba su sangre en la frente de la novia como un reconocimiento de su matrimonio con ella. Algunas mujeres lo siguen llevando para indicar que están casadas.
Me contaron también que el punto rojo bermellón que los hindúes llevan en la frente, en medio de los dos ojos, se llama Bindi, Tilaka o Tilak y es utilizado tanto en la vida diaria como para la celebración de ceremonias religiosas, o visitas a los templos. Forma parte de la simbolización del Tercer Ojo, es decir el ojo de la inteligencia interna, de la sabiduría y el conocimiento.
Hoy, mujeres casadas, jóvenes solteras, adolescentes o pequeñas también llevan ese punto de color en la frente como un elemento decorativo. Todas están preciosas… Y yo quise imitarlas, me sedujeron sus saris y ese punto de sabiduría, ubicado en la frente…
Cuando estuve en la ciudad de Agra para ver el Taj Mahal, Balú me comentó que a 70 kilómetros de allí se encontraba Vrindaban, la Ciudad de las Viudas. Ninguna de ellas piensa ya en su futuro una vez ha muerto su marido. Son despojadas de sus posesiones, repudiadas por sus familias y lo único que quieren es morir cuanto antes. Es como estar muerta en vida.
Van vestidas de blanco, que es el color del luto en la India, con la cabeza rapada, envuelta en una tela sin coser y la marca de la ceniza en su frente… se las despoja de todo estatus social… Y como siempre la respuesta de las víctimas es la resignación. En la India, como en tantas otras partes del mundo, muchas mujeres siguen dormidas y acorraladas por creencias y tradiciones ancestrales. Vi y observé que eso era así.
También vi y sentí como otras tantas mujeres han despertado…Y sé que, como un goteo constante, va madurando el éxodo de saris del campo a las ciudades, jóvenes alejadas de matrimonios de conveniencias y desarrollando su talento en las universidades… Ellas saben, tan bien como yo, que algún día el mundo será nuestro, de la gente que mira de frente, de igual a igual y no de arriba abajo. Quiero pensarlo así.
Nuevas generaciones llenas de esperanza
También me enamoré de los niños de alegres sonrisas y de ojos tristes; nuevas generaciones en las que depositamos nuestra esperanza para que este mundo tan complejo y lleno de desigualdades cambie.
En la India vive una quinta parte de los niños y niñas del mundo y, a pesar de que desde 1992 ratificó la Convención sobre los Derechos del Niño, siguen existiendo enormes desigualdades y grandes desafíos como pude comprobar en cada una de las ciudades, aldeas y pueblos que visité. En la India, los niños recogen té, siembran arroz, pican piedra para hacer la grava de las carreteras, cuidan los rebaños, sirven…
Y, una vez más, tomé conciencia de este Occidente caprichoso, inconformista, exhuberante, hiperdigitalizado y rebosante de libertad frente a una India pobre, resignada, llena de mitos y costumbres, hiperpoblada…
Vi trabajar a muchísimos niños, acompañando a sus padres en los puestos de verduras y frutas, en los de fritangas y souvenirs, en los de las flores y las especias.
Hay un rostro que tengo especialmente grabado en mi retina, un niño de once o doce años, subido a una plataforma haciendo guirnaldas. Además del colorido de las flores, la dulzura de su pequeño rostro me llamó la atención…
Mi hija y yo nos acercamos, le sonreímos y él cogió una rosa preciosa, se la dio a Rosalba y nos indicó que la oliéramos… Y, de verdad, como si de la magdalena del libro “Por el camino de Swann” se tratara, me transporté directamente treinta años atrás, a los jardines de mi querida abuela Luisa, donde la frescura y el olor de las rosas me embriagaba. Desde aquel tiempo, jamás había vuelto a oler una rosa así… hasta ahora.
Otra de las imágenes permanentes de este viaje fue la de niños pidiendo unas rupias por las calles para sobrevivir, jóvenes políglotas vendiendo souvenirs a la salida de templos y palacios. Recuerdo en Khajurado como trataban de vendernos por 200 rupias una edición de bolsillo en español del kamasutra con unas coloridas y pornográficas ilustraciones, acompañadas de un texto malamente traducido.
En una de su páginas, se puede leer literalmente que “cuando el ligan ya está en el yoni y está movido arriba y abajo frecuentemente sin quitarlo, se llama el deporte del pajarito”… Los niños y los jovenzuelos también vendían unas figuritas móviles que pícaramente te mostraban mientras llenaban el ambiente de sonidos onomatopéyicos como “ñaka ñaka, chupi,chupi… naka,ñaka ,chupi,chupi”…
Afortunadamente también pude contemplar a pequeños uniformados desfilando de camino al colegio y abriéndose paso en un país donde más de la mitad de su población es analfabeta. Nuevas generaciones llenas de esperanza que han ido dibujando otra realidad.
Hoy por hoy, la India es el segundo país en exportación de software, después de EE.UU, y el primero en exportación del talento de técnicos e ingenieros. Dos realidades que conviven pacíficamente, al menos en apariencia, las raíces de lo ancestral con los brotes de lo contemporáneo.
Me llamó la atención ver a tantos niños y niñas impecablemente vestidos con sus faldas o pantalones de rayas escrupulosas, con sus camisas y corbatas con el anagrama de su colegio. Todos ellos saliendo de barrios cochambrosos, con sus pequeñas mochilas a la espalda sorteando, bien a pie o en bicicleta, los montones de basura y de desperdicios esparcidos por las calles donde el monzón había dejado la huella de innumerables charcos y lagunas.
La India es el segundo país más poblado del mundo. De estos 1.000 millones de personas, menos de la mitad son analfabetos. Todavía quedan más de ocho millones de niños sin escolarizar, aunque desde hace tres años entró en vigor una ley de educación que garantiza la enseñanza obligatoria para la población de entre 6 y 14 años.
Ojala, en la India y en las aulas de todo el mundo, impere el espíritu y las palabras de Mahatma Gandi: “Si queremos enseñar una paz verdadera en este mundo, y si tenemos que continuar una auténtica guerra contra la guerra, debemos empezar por los niños”.
Esa es la filosofía que debe imperar en las escuelas; lograr que cada alumno llegue a ser “un buen ser humano, un buen miembro de familia, un buen miembro de la comunidad, un buen ciudadano del país, un buen ciudadano del mundo”, mediante una educación para la paz y la tolerancia.
La cuna de la raza humana
También ellos tuvieron que ver en mi idilio con la India. Hombres de todas las edades, jóvenes y viejos, rudos, pintorescos, extasiados o occidentalizados… Con sus elegantes turbantes vestidos de blanco con el clásico kurta o con largas túnicas naranjas o trajeados o vaqueros. Unos trabajando, otros estudiando o progresando. También vi varones despreocupados, holgazaneando delante de las viejas y sucias fachadas de casas y de chabolas, que parecían estar a punto de derrumbarse…Padres, maridos, hijos y hermanos…
Me llamó muchísimo la atención cómo los jóvenes, sobre todo los hermanos mayores y con padre “jubilado” hablaban siempre de la enorme “responsabilidad que tenían sobre sus hombros para garantizar el sustento de la familia. Al mismo tiempo que se estaban construyendo un futuro, tal y como me reiteraba Balú, una gran parte de su salario, sino todo, iba para asegurar la vida cotidiana de sus padres y la educación de sus dos hermanos.
Recuerdo con especial cariño a uno de los conductores de ricksaws con los que fuimos a recorrer los alrededores de Agra. Simpático y entrañable, dejó que mi hija condujera por las agitadas y ruidosas calles de la ciudad del Taj Mahal esta especie de motocicleta de tres ruedas con capota, ¡Qué experiencia para Rosalba y para mí!
No paré de reír porque no daba crédito a lo que estaba viendo; mi hija, manillar en mano, se cruzaba con motos, bicicletas y guaguas, sorteando con éxito a vacas y búfalos…
Nuestro entrañable piloto de ricksaws nos enseñó las fotos de su mujer y sus tres hijos y el álbum que tenía con imágenes de clientes que, como nosotras, se fotografiaban con él…pero ahí no quedó la cosa. Después de coger una saca enorme llena de papeles desgastados por el tiempo y pequeños cuadernillos, en los que guardaba con celo una auténtica torre de babel de dedicatorias, me ofreció un bolígrafo para que yo también expresara nuestra satisfacción por el servicio…Lo hice y traté de trasladar con palabras el infinito cariño que me estaba haciendo sentir la hospitalidad con la que me estaba acogiendo la India.
Tantas mujeres, tantos hombres, tanta gente… y pensar que apenas he recorrido milímetros de la extensa geografía de este país maravilloso del que no sé nada y del que puedo aprenderlo todo. Mark Twain dijo que “la India es la cuna de la raza humana, el lugar de nacimiento del discurso humano, la madre de la historia, la abuela de la leyenda y la bisabuela de la tradición”.
Y sí que es verdad: respirar el aire de la India es respirar Humanidad con mayúsculas. Volveré porque fue un flechazo rotundo y certero… porque sé que el mundo sigue ahí esperándome con sus paisajes, esos que respiran y laten.
Primera parte…
India: Respirar Humanidad ( II Parte)
Sé que puede parecer pretencioso escribir sobre un país tan complejo como la India, cuando apenas conoces la epidermis de su historia, cuando solo has transitado unos milímetros de la extensa geografía de la segunda nación más grande del mundo… cuando apenas has recorrido las aldeas, pueblos y ciudades dónde se mueven más de mil millones de personas, con sus múltiples lenguas e infinitos dialectos… (Continuará)